Juan Atkins nació en Detroit en 1962, en una casa donde la música siempre estuvo presente. Su padre trabajaba como promotor de conciertos, así que el sonido formaba parte de la vida cotidiana. De adolescente, tocaba el bajo y la guitarra en bandas de funk y garage, siguiendo un camino común entre jóvenes músicos. Pero todo cambió cuando sus padres se separaron y él se mudó a Belleville, un suburbio mayoritariamente blanco a unos 30 kilómetros del centro de Detroit. Esa mudanza terminó marcando un antes y un después.

En la secundaria de Belleville conoció a otros dos estudiantes afroamericanos que, como él, compartían una pasión por la música y ese sentimiento de no encajar del todo. La conexión fue inmediata. Más tarde, se los conocería como The Belleville Three. Y es que, mientras la mayoría de sus compañeros todavía intentaba descubrir quiénes eran, Atkins ya estaba imaginando un sonido que todavía no existía.

Una visita con su abuela a una tienda de música lo cambió todo. Ella le compró un sintetizador Korg MS-10, un aparato monofónico sencillo que pronto se convirtió en su herramienta favorita. Pasaba horas explorando sonidos, armando patrones rítmicos, texturas y temas completos con cualquier equipo que tuviera a mano. Esas primeras grabaciones caseras, nacidas de la curiosidad y el espíritu autodidacta, fueron la semilla de un género que terminaría por superar las fronteras de su ciudad.

El nacimiento de un género

A comienzos de los años 80, Juan Atkins pasó de hacer experimentos en su habitación a producir música de forma más seria. Mientras estudiaba en Washtenaw Community College, conoció a Richard Davis. Juntos formaron Cybotron en 1980 y no tardaron en hacerse notar. Su primer track, Alleys of Your Mind, vendió más de 15.000 copias en 1981, y Clear destacó por cómo mezclaba el groove de Parliament con la precisión electrónica europea.

En 1983, Cybotron lanzó Enter, un disco que hoy es considerado una de las piedras fundacionales del techno. Poco después, las diferencias creativas los llevaron a separarse, y Atkins empezó su camino como solista. En 1985 fundó su propio sello, Metroplex, y presentó su nuevo alias: Model 500.

Su primer single bajo ese nombre, No UFOs, llegó como un mensaje del futuro. Con ritmos mecánicos, una atmósfera sci-fi y un sonido completamente distinto a lo que sonaba en la radio, el tema conectó con quienes buscaban algo fuera de lo convencional. Fue un himno para quienes no se sentían parte de la norma, para los que querían romper con la fórmula y mirar hacia adelante.

Un visionario de la electrónica

Lo que distinguía a Juan Atkins del resto de los productores de música electrónica era su forma de entender el sonido como una manera de reflejar el mundo que lo rodeaba. Sus tracks capturaban la energía, la tensión y el caos de un Detroit postindustrial que dejaba atrás su época dorada como potencia manufacturera y se enfrentaba a un futuro incierto. Para Atkins, el techno era una combinación entre la estructura rígida de las máquinas y la imaginación humana.

Influenciado por el autor futurista Alvin Toffler, empezó a ver la música electrónica como la banda sonora de una nueva era tecnológica. Esa idea resonaba especialmente en Detroit, una ciudad en plena transformación por la automatización y la pérdida masiva de empleos industriales.

Aunque sus primeros lanzamientos como Model 500, como No UFOs, Night Drive, Interference y The Chase, vendieron miles de copias, la industria musical estadounidense prácticamente los ignoró. El reconocimiento llegó primero desde Chicago y Europa. En Chicago, Derrick May ayudó a difundir sus tracks en la escena underground, donde sí encontraron un público que los entendía.

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Atkins siempre creyó que la música podía ir más allá del entretenimiento. Para él, era una forma de cuestionar, explorar y reimaginar la realidad. El término “techno” no se popularizó hasta finales de los años 80, pero él ya había definido su sonido mucho antes.

Con el tiempo, se ganó el apodo de "Godfather of Techno" por haber creado un lenguaje musical propio, que no deja de evolucionar ni de influir en nuevas generaciones. Su trabajo siempre estuvo guiado por las ideas, impulsado por la curiosidad y sostenido por una visión clara del futuro.

The Belleville Three: Amigos, rivales y arquitectos del género

Mientras Atkins sentaba las bases del techno como solista, no estaba trabajando completamente solo. Desde el principio, la colaboración fue clave para moldear ese sonido. En Belleville había encontrado a dos aliados con la misma visión: Derrick May y Kevin Saunderson, compañeros de escuela que compartían ese sentimiento de estar al margen y una obsesión con la música del futuro.

Los tres, más tarde conocidos como The Belleville Three, eran mucho más que amigos. Eran el corazón de un movimiento que cambiaría la electrónica para siempre. De adolescentes, se pasaban noches enteras escuchando la radio, absorbiendo influencias que iban desde Kraftwerk hasta Parliament, y transformando los sótanos de sus casas en estudios improvisados. Cada uno aportaba algo distinto: Atkins tenía los sintetizadores y la visión; May sumaba experimentación; Saunderson aportaba empuje y ambición.

Juntos crearon Deep Space Soundworks, desde donde empezaron a tocar en fiestas underground de Detroit. Poco después, cada uno lanzó su propio proyecto solista y sus respectivos sellos. La dinámica entre ellos era creativa, pero también intensa. Compartían ideas, intercambiaban equipos y discutían constantemente sobre el rumbo que debía tomar el género. Esa competitividad dio lugar a algunos de los tracks más influyentes, pero también a choques de ego y disputas por el crédito.

Aunque con el tiempo se distanciaron profesional y personalmente, el lazo nunca se rompió del todo. Décadas más tarde, volvieron a compartir escenario en festivales como Coachella, demostrando que el vínculo seguía ahí. La historia entre ellos, marcada por la colaboración y la competencia, fue parte del motor que empujó al techno a reinventarse una y otra vez.

Conectado desde siempre: El alcance global de Atkins

Juan Atkins siempre estuvo conectado con el futuro, tanto en lo sonoro como en lo conceptual. En sus comienzos, armaba beats con grabadoras de cassette y equipos analógicos, dándole forma a un estilo crudo y experimental que terminaría definiendo el sonido del techno de Detroit. Aprovechaba al máximo los pocos recursos que tenía, y esa mentalidad nunca cambió. Con la llegada de la era digital, se adaptó sin miedo, explorando nuevas plataformas y encontrando nuevas formas de llegar al público.

Mucho antes de que el streaming y las redes sociales fueran la norma, Atkins ya usaba espacios online para conectar con oyentes de todo el mundo. Ese enfoque tenía el mismo espíritu DIY que había marcado sus primeros pasos. Para él, cada nueva herramienta era una oportunidad para hacer que la música siguiera avanzando.

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Aun así, su impacto no siempre fue celebrado en casa. A fines de los 80, cuando cruzó el Atlántico para tocar en el Reino Unido, se topó con multitudes que enloquecían con su sonido. Del otro lado del océano, en cambio, la industria seguía dándole la espalda. Europa no solo lo entendió; lo tomó como propio. Ciudades como Berlín, Londres y Ámsterdam no tardaron en levantar templos del techno, con clubes abiertos hasta el amanecer y redes underground que ayudaron a propagar su legado.

En Detroit, en cambio, Atkins y sus colegas siguieron creando desde los márgenes. Recién a comienzos de los 2000, con el lanzamiento del Detroit Electronic Music Festival, la ciudad empezó a reconocer el lugar que el techno merecía. Para entonces, el género ya era global.

Hoy, Juan Atkins sigue siendo un referente indiscutido. Su obra sigue inspirando a artistas en todo el mundo, y sus tracks como Model 500 todavía suenan, no por romanticismo, sino porque rompieron moldes cuando nadie más lo estaba haciendo. De Belleville a Berlín, su recorrido deja claro que la innovación real nace de la curiosidad y se mantiene viva cuando uno no deja de reinventarse.

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